Las tardes han perdido ese encanto
alguna vez brillaba alto nuestro sol
y eran una breve ternura de primavera
las horas otoñales de la siesta.
Tanta dulzura en estaciones de frío
brotaba retoños y procreaba en nidos
perfumaba cocinas con vapores de guiso
y sabía la casa a encuentro y abrigo.
Ya solo queda un fantasma amarillo
paseando su pena por cielos de grava
y remeda el mundo un barco en campana
con las velas hundidas en un mar de cenizas.
Y he aquí cuando menos se espera
el ingenio presume de color y de vuelo
pinta soles de niño a un dibujo cualquiera
y con luces y sombras alimenta poemas.
Imagen: Toru Nagashima |
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