Cuando no tengo ganas de escribir,divagar en sentimientos es una manera de dejar al yo correr entre margaritas,suelto,a su merced,que paste mansamente como Platero,cerca de una fuente o de un manantial de montaña para que se reúna con la gracia natural,se satisfaga y luego,ebrios los ojos de verde magma nos mire con esa profundidad animal que parece conectada al corazón del universo,sin pretención de éxtasis místico,tan casual e instintiva como las respuestas que las mentes de ciencia dan frente a los gestos afectivos de las otras especies.Pues con manifiesto irrespeto,por mucho tiempo, hemos despojado a los otros seres de capacidad de pensamiento emotivo reduciéndolos a simples manojos de cables excitados por el instinto.A tal punto que ahora mismo nosotros nos estamos cuestionando la posibilidad humana de pensamiento afectivo más allá de los sentidos involucrados.
Así,el yo divaga en aquella materia de la que estamos hecho porque de ella nos alimentamos.
Entonces,insisto en aferrarme a los buenos sentimientos como un engripado a la memoria de la salud.
De alguna manera una siempre precisa un abrazo aunque su madre le haya enseñado de muy pequeña que un abrazo es algo estúpido y molesto.¿Cómo arriba un adulto a semejante concepto?Pues.porque se teme a lo desconocido y para mamá como para sus hermanos y para el común de la gente de su generación,tallada a hachazos de leña para el fogón o el fuego de la cocina de hierro,a cintazos didácticos,a patadas de potro que exigían jinetes acreditados,a corneadas de vaca joven que reniega de su supuesta vocación lechera,a heladas lacerando las manos infantiles que se despellejan con la chala del maíz,para esta gente un abrazo era realmente algo desconocido.
Cada vez que saltaba la tapia que me separaba del baldío donde jugaban los chicos del barrio era un desafío de vida para mi corta edad.Aquellas escapadas épicas iban coronadas por el trueno y el relámpago de la varita de álamo que en manos de mi madre desplegaba,fáctica y ardorosa, todo su poder mágico contra mis pantorrillas.
Tengo que reconocer que no existía entre nosotros,los niños de las postrimerías de los sesenta, diferencias de ningún tipo a la hora de compartir el tiempo libre.Muy lejos estábamos de los prejuicios y remilgos de los adultos.Tal vez porque la infancia sea un lugar fuera del tiempo tridimensional o porque nuestras mentes tan nuevas no podían hacer otra cosa que resplandecer de asombro y de empatía.Y habrá seguramente quien pensará que las almas afines se encuentran en cada existencia.Algo que me tiene desconcertada sin sacarme el sueño,pospuesta en la fe,porque siendo yo tan bendecida en milagros me he vuelto incrédula con cualquier clase de teoría,más aún con las hipótesis especulativas .Algo que muchos me recriminan y otros reprueban.
Los chicos no solo me incluían sino que me hacían el honor de elegirme como líder,tan vivamente encarnaba yo a Tarzán como a un cacique rebelde o al hombre del rifle.Tenía ese entusiasmo dinámico que rayaba en lo temerario a la hora de lanzarme en una liana desde lo alto de un árbol como la energía brava de un personaje de serie al que nunca se le vuela el sombrero ni se le cae una pluma aunque rueda cuesta abajo por desniveles interminables.
Aquel escenario de juegos no era otra cosa que la prolongación feliz de mi patio donde a solas-hija única por desgracia-interpretaba un sinfín de roles actorales que no contaban con la simpatía de mi madre.
-Otra vez hablando sola,Analía-me reprochaba al ir a tender la ropa.
-Mamá,estoy jugando al teatro!Ya lo sabes!
-¿Por qué mejor no juegas a las muñecas?
Era el sermón de cada día.Suspirando me preguntaba por qué los varones tenían juguetes más divertidos como el mecano y los ladrillitos.Incluso los ejércitos inertes de soldaditos de plomo de mis primos eran más entretenidos.Me hubieran venido muy bien a la hora de trazar planos en la tierra y poner mis personajes en acción de manera menos ridícula,menos indigna.Pues aunque había tomado prestados algunos soldaditos de Pichi y de Gustavo (cuando ellos no los vigilaban recelosos de mí),usar palitos para la ropa como reemplazo de actores de verdad era una decadente vergüenza para mi teatro independiente.
¡Las muñecas!
¿Alguien puso en dudas la buena fe que los adultos tienen hacia las muñecas a la hora de incentivar a las niñas a jugar con ellas? Claro que me encantaba aquel bebé de yeso que mi padre consiguió ganar en el parque de diversiones ofreciendo dinero a otro padre que disparaba infalible a los patitos de madera.Primero intentó comprar uno,pero ante la negativa del vendedor que exigía acertarle unos tiros a los patos en movimiento uniforme acelerado para acceder a tal muñeco,mi padre optó por convencer a un buen tirador para que ganara por él el dichoso muñeco que yo quería.Durante años paseé,arropé,alimenté y cuidé de aquel bebote eterno,una réplica exacta de cachorro humano varón.Hasta que se partió en pedazos.Primero perdió un brazo,luego parte de la cabeza.Poco a poco se iba desmembrando pero jamás lo abandoné.Y sigue ahí en la piecita de mi infancia como testigo de que una muñeca bebé acumula mucho de nuestro afecto en la niñez.Pero ¿a qué viene eso de jugar con modelos profesionales de plástico? Me pregunto si es saludable.
Las muñecas me aburrieron demasiado pronto.Menos cuando papá jugaba conmigo.Cuando papá jugaba conmigo yo reía por dentro!Él hacía hablar a las muñecas y yo me quedaba sorprendida.
Aquel rostro duro,curtido por una pragmática e impuesta filosofía desde niño o,mejor dicho, por un culto al trabajo como sentido último de ser,se transfiguraba a mis ojos.Un histriónico cantor de tangos emergía con aeronáuticas gesticulaciones de brazos.Yo accedía a su cara,la que estaba sepultada debajo de décadas de trabajo extenuante y rutinario y de una infancia y juventud abandonadas a su suerte.Papá recuperaba el niño imaginativo y soñador que se dejó olvidado entre tantas faenas de peoncito de campo.El que creció entre ruedas de mate y café en torno a un fogón que calentaba la guitarra payadora y abrevaba en las gargantas los cuentos de aparecidos.Cualquier niño con hogar y escuela,habría deseado al menos una vez aquella orfandad en la noche campera antes del beso para dormir.Mi padre le hubiera cambiado toda esa peonada por el beso.
Entonces yo me dejaba llevar por aquel niño liberado y me perdía en un mundo de fantasía como otros niños cuando sus padres les leen cuentos.
Papá no me leía historias pero no era preciso.Armaba conmigo el álbum de figuritas mientras mamá preparaba la cena.Era un compinche de juegos.Hasta un avión a control remoto me compró.Y me llevaba a volar en avioneta,al aeroclub de mi ciudad,aunque mi madre se oponía.Retomaba así el sueño que debió abandonar cuando,siendo joven,el patrón le dio un ultimátum:el trabajo o volar.Es probable que no tuviera el dinero para sacar la licencia y le haya pedido dinero prestado.Aunque esto último es una conjetura mía al respecto. Cuando todavía era soltero y se daba el lujo de imaginar diferentes caminos,papá pilotaba y hasta sabía aterrizar en el campo de surcos de un tío abuelo de su novia,mi madre.Quizás para impresionar bien a la familia.
Por todas estas cosas,yo le seguía en cada vuelo de su imaginación.Porque mi madre admiraba a mi padre por haberse construido a sí mismo en total soledad y en la pobreza más destructiva que un niño pueda pilotar.Pero yo todavía era muy niña para conocer toda su historia.Y aun debo de seguir siéndolo porque solo obtengo anécdotas y relatos sueltos de su boca.Y ni una sola queja o reproche hacia quienes debieron haberlo cuidado como a sus otros hijos.
Por lo tanto,yo le seguía en cada vuelo de su imaginación porque lo amaba con todo mi ser.
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